Desde que nací, o mejor dicho, desde que tengo uso de razón que en mi casa había una guitarra. Entre medio de muchos libros, dibujos y pinceles,siempre se rescataba una guitarra. Como crecí junto a ella, era como si me mirara cada día, y yo, la ignoraba...aunque la veía al levantarme, no le daba la importancia. No sería el momento tal vez , no sería mi interés..
Un día, en una casita de muñecas en mi patio pequeñito, donde mis muñecas repletaban la única mesita que había en aquella casita , me puse a cantar. canté canté largo rato, hasta que me distrajo el sonido de unas cuerdas. Sí, eran las cuerdas de la guitarra de mi padre,de esa guitarra que , quieta, me observó desde que yo era pequeña, así como si me dijera...tócame por favor.
Puse atención al sonido de esas cuerdas maravillosas que llegaban a través de la ventanilla de la casita de muñecas, y disfruté con las notas. Salí de la casita, y afuera raramente llovía, yo que había entrado con un sol radiante., ahora llovía. El sonido de la guitarra se mimetizaba con el ruido de la lluvia, la que gravemente irrumpía en el suelo barroso de mi patio pequeño y dulce. Titubeé si salir o no, pero la ansiedad de saber de dónde venían las melodiosas notas de aquellas cuerdas, hizo que me embarrara los únicos zapatos que tenía, y es más, también mis calcetines blanco albo.
Salí lentamente para no dejar de sentir la música, y con mis pies enlodados me acerque al banco antiguo que mi madre tenía en su jardín, así, siguiendo el sonido, llegue a darme cuenta que la hermosa guitarra de donde venía la melodía, estaba posada en aquel banco. Sin explicación siquiera, sentí cómo mis pies mágicamente se desnudaban, cómo el barro se transformaba en pasto, y cómo la lluvia desaparecía para dejar el paso al sol radiante que iluminaba un hermoso carrusel que flotaba entre nubes rosas y celestes. Estaré en el cielo? me dije....y me senté junto a la guitarra para observar aquello tan infantil, tan bello, y tan mágico. Mientras la guitarra seguía su cántico cuerdil, pidièndome que algún día la aprendiera a tocar .Desde ese día, mi guitarra se convirtió en mi compañera, desde aquel día somos Mi guitarra y Yo.
Un día, en una casita de muñecas en mi patio pequeñito, donde mis muñecas repletaban la única mesita que había en aquella casita , me puse a cantar. canté canté largo rato, hasta que me distrajo el sonido de unas cuerdas. Sí, eran las cuerdas de la guitarra de mi padre,de esa guitarra que , quieta, me observó desde que yo era pequeña, así como si me dijera...tócame por favor.
Puse atención al sonido de esas cuerdas maravillosas que llegaban a través de la ventanilla de la casita de muñecas, y disfruté con las notas. Salí de la casita, y afuera raramente llovía, yo que había entrado con un sol radiante., ahora llovía. El sonido de la guitarra se mimetizaba con el ruido de la lluvia, la que gravemente irrumpía en el suelo barroso de mi patio pequeño y dulce. Titubeé si salir o no, pero la ansiedad de saber de dónde venían las melodiosas notas de aquellas cuerdas, hizo que me embarrara los únicos zapatos que tenía, y es más, también mis calcetines blanco albo.
Salí lentamente para no dejar de sentir la música, y con mis pies enlodados me acerque al banco antiguo que mi madre tenía en su jardín, así, siguiendo el sonido, llegue a darme cuenta que la hermosa guitarra de donde venía la melodía, estaba posada en aquel banco. Sin explicación siquiera, sentí cómo mis pies mágicamente se desnudaban, cómo el barro se transformaba en pasto, y cómo la lluvia desaparecía para dejar el paso al sol radiante que iluminaba un hermoso carrusel que flotaba entre nubes rosas y celestes. Estaré en el cielo? me dije....y me senté junto a la guitarra para observar aquello tan infantil, tan bello, y tan mágico. Mientras la guitarra seguía su cántico cuerdil, pidièndome que algún día la aprendiera a tocar .Desde ese día, mi guitarra se convirtió en mi compañera, desde aquel día somos Mi guitarra y Yo.
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